Me reconocía, sí, pero ya no era la misma cara, ni las mismas luces, ni sonidos. En medio de ese charco entre las hojas de un árbol caduca observaba ahora a un ente algo mayor, más concienciado y amueblado, pero a la vez menos rígido, más observador, abierto a los colores de nuevos mundos y con un sentimiento de amor tan intenso por la vida que sería imposible separar su cuerpo de ésta.
Comprendí que mis sentimientos no eran perennes. Qué desquicie tendría que ser eso de cambiar de sensaciones cada cierto tiempo, pero ¿Quién no ha pasado una temporada triste, otra enamorado, otra agotado cada día, otra enérgico, otra odiándolo todo, otra alegre con lo más mínimo? ¿Sería entonces tan diferente del resto de la gente? Podría ser... o no.Parecía tener una segunda naturaleza, algo extraño, inexplicable y que a la vez me atraía, me completaba y necesitaba mostrar. Sí, era diferente, podría haberme gustado algo que quizás ahora estaba aparcado, podría haber odiado algo que ahora mantenía en un estado neutro, o incluso ahora quería. Entonces me di cuenta de que ya no llevaba conmigo esa maleta de "podría, podría, podría...", la había sustituido hace tiempo por una bolsa de "es, es y es". Otro acto perenne.
Al final miré al frente y vi una bonita puesta de sol que se fundía con el color de los árboles y del suelo, formando una enorme obra de arte pintada de color fuego. Así dejé de pensar en mí y seguí disfrutando del presente, aunque no pude olvidar una frase que ya quedó grabada en mi lóbulo frontal. Caduca o perenne.
PD: No dejéis de mirar a vuestro alrededor, hay mucho que aprender ahí fuera.